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La sustentabilidad y las cosas que se dicen

En los últimos días de enero comenzaron a escucharse nuevamente aseveraciones sobre el arbolado urbano relacionándolo con la emergencia ambiental y el consumo de agua. Se trata de ingresar a la discusión con lo que, se supone, son medidas tendientes a dar sustentabilidad y manejo eficiente a esos recursos menguados. Pero entre los anuncios y las buenas intenciones, preocupa la ligereza de la decisión de suplantar el tipo de arbolado urbano existente (plátanos, moreras, fresnos, etc.) por especies autóctonas de menor demanda de agua (el algarrobo fue el ejemplo dado). La misma argumentación que se repite desde hace años y pone nuevamente en evidencia el desconocimiento generalizado que existe sobre el arbolado urbano y rural y sus funciones en nuestros oasis.

 

[eltd_blockquote text=”Sabíamos que esto podía pasar. Ocurre cada vez que el debate sobre nuestro territorio avanza y los oasis quedan en medio de la discusión. Un léxico de modernidad barniza los discursos que, indefectiblemente, son atravesado por propuestas que ponen en evidencia la ausencia de interpretación de lo que nuestro hábitat es y las potencialidades que tiene. Un día se cuestiona al fenómeno urbano considerándolo como un intruso del territorio agrícola. Alguien que está de más y nunca fue invitado a esta fiesta. Y ahora el destinatario de los agravios ha sido el tipo de arbolado urbano, suponiendo que el reemplazo por especies autóctonas marcará alguna diferencia que nos catapulte a esa tan mencionada y nunca explicada sustentabilidad. Nada nuevo bajo el sol. Todo dentro de lo previsible para una sociedad que se niega a analizar lo que es y antes que escuchar y dialogar, prefiere moverse en el terreno de los lugares comunes, las presuposiciones y las frases hechas. El artículo que se presenta a continuación fue elaborado en el año 2009 como aporte del CAMZA a los debates para el Plan Estratégico de Desarrollo Provincial y publicado en agosto del año 2010 en Infoguía de la Arquitectura n° 4.” title_tag=”h2″ width=””]

 

 

A menudo escuchamos afirmaciones referidas a temáticas que involucran a nuestro modelo de intervención sobre un territorio desértico que, si bien descartamos que conlleven cualquier mala intención, ponen en evidencia el generalizado desconocimiento que existe sobre los oasis mendocinos.  En gran parte esto se debe al acostumbramiento que produce ver el paisaje cotidiano como una fotografía, cuando los procesos de ocupación del territorio deberían ser observados como una película.

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Las cosas que se escuchan por ahí (entre el ingenuo optimismo y el pesimismo paralizante)

La urbanización del suelo agrícola.

 

Se machaca permanentemente con lo mismo. La ciudad está invadiendo a la zona agrícola. Pero si observamos cómo se ha desarrollado la evolución de los oasis, veremos que las cosas nunca fueron como se nos presentan hoy (nos referimos a todos los oasis, pero haremos puntual referencia al Oasis Norte, porque es el que presenta la mayor cantidad de variables – tanto positivas como negativas- y son extrapolables al resto).

 

1869 Pob. 65.413 hab. Urbana 15% Rural 85%
1869 Pob. 65.413 hab.
Urbana 15%
Rural 85%
1914 Pob. 277.535 hab. Urbana 48% Rural 51%
1914 Pob. 277.535 hab.
Urbana 48%
Rural 51%
1970 Pob. 973.075 hab. Urbana 66% Rural 34%
1970 Pob. 973.075 hab.
Urbana 66%
Rural 34%
2001 Pob. 1.579.651 hab. Urbana 79% Rural 21%
2001 Pob. 1.579.651 hab.
Urbana 79%
Rural 21%

 

El proceso de urbanización ha llevado a que una población que en 1869 correspondía en un 80% a las zonas rurales y en un 20% a los centros poblacionales, hoy ha invertido esos valores y multiplicado por 24 el número de habitantes. Esto trae aparejado el cambio de usos del territorio, transformando terrenos rurales en urbanos. No es ni bueno ni malo en sí mismo, porque también hay un crecimiento de los suelos agrícolas. Lo podemos ver en el plano del Oasis Norte, que corresponde a principios de siglo XX. Lo que hoy conocemos como Gran Mendoza era en su casi totalidad suelos agrícolas. La población se dividía en 50% rural y 50 % urbana. Las cabeceras de los departamentos, agrupamientos de unas pocas manzanas (hoy comparables a pueblos como Los Corralitos o Colonia Segovia).

 

Plano del Oasis Norte correspondiente a la cuenca del Río Mendoza Principios del siglo XX

 

 

La Ciudad de Mendoza se encontraba en el momento de esplendor del modelo diseñado por Emilio Civit, Emilio Coni y Carlos Thays. Las viviendas urbanas mantenían una relación más armónica entre espacios abiertos y construidos y los espacios públicos (parque del Oeste, plazas del trazado de Julio Balloffet, etc.), marcaban índices muy altos en la cantidad de m2 de espacio público por habitante.

 

 

De ninguna manera debemos caer en simplificaciones, pero la urbanización de parte de los suelos agrícolas es intrínseca a la dinámica de nuestros oasis. Lo negativo es que esto se desarrolle en forma descontrolada. Poner un corcet a la expansión de las urbanizaciones a través de la zonificación, sería una banalización de un complejo problema, que traería serias consecuencias que redundarán en el incremento o la depreciación del valor de los terrenos que queden de uno u otro lado de una línea (y dará lugar a nefastas maniobras de especulación inmobiliaria). Como en todo lo que hace a solucionar problemas que responden a sistemas, no existe una única medida a tomar. La solución debe hallarse en la implementación de múltiples acciones desarrolladas a través del tiempo. Por ejemplo fomentar la consolidación de zonas urbanas que se quiera densificar, (en el Gran Mendoza abundan), incentivar la radicación de industrias y otras fuentes de empleos en centros con potencial para recibir población, llevar adelante una política de transporte acorde a estos objetivos, etc. Suponer que una sola medida realizada en forma aislada y sin continuidad en el tiempo dará algún resultado, a esta altura de la discusión es, por lo menos, irresponsable.

 

 

 

El arbolado público, los jardines y el derroche del agua

 

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Esta es otra de las conclusiones apresuradas a las que, en función del aprovechamiento del agua, suele recurrirse con insistencia. Y a fuerza de ser repetida se está considerando como valedera. Muy por el contrario, el arbolado urbano tiene que cumplir con requerimientos específicos que no aceptan cualquier tipo de forestación.

 

  • Forma parte de un ecosistema diseñado para mejorar las condiciones de temperatura y humedad de un medio agreste para hacerlo habitable. (Si miramos la foto, creemos que siempre fue como lo vemos hoy. Si miramos la película comprendemos cómo se desarrolló el proceso)
  • Para mejorar el ambiente humano, se necesitan especies que sean capaces de producir abundante evapotranspiración. (y en consecuencia necesitan ser regadas)
  • Tienen que tener ramaje flexible, y dirigible a través de la poda de conducción y formación (no la mutilación de sus ramas). Así se han logrado los distintos perfiles de calles que hoy disfrutamos.
  • Tienen que poseer abundante biomasa y dimensiones considerables para que sean compatibles con los usos de la ciudad.
  • Deben ser resistentes a los agentes contaminantes propios de la actividad urbana.
  • Su ramaje y sistema radicular debe convivir con las redes de servicios (tanto aéreos como subterráneos).
  • El desarrollo del forestal debe producirse en lapsos de tiempo razonables, más teniendo en consideración que están implantados en un medio artificial.

 

La lista de requerimientos sigue, pero solo diremos que nada de estas características puedes obtenerse utilizando especies autóctonas o de zonas áridas. Y como ejemplo, basta mirar el estado lastimoso de los ejemplares de aguaribay de la Avenida Costanera y compararlos con los plátanos de Av. Godoy Cruz, Calle España o Carril Cervantes, esos maravillosos túneles abovedados y pensar en dónde quisiéramos pasar nuestros días.

 

 

Nuestros espacios públicos son mucho más que espacios a los que se le han agregado árboles, porque en nuestro caso, los árboles son mucho más que un ornamento de parques y plazas. La calle es el paradigma del espacio público mendocino. Nuestros espacios de encuentro están definidos por los árboles. Son una construcción biológica y por lo tanto no aceptan cualquier especie.

 

 

Otros elementos acondicionadores del ambiente, pero a escala doméstica, incomprendidos y constantemente denostados, son los parques y jardines particulares. Cuando el oasis estaba en su apogeo, las viviendas poseían mayor superficie libre que las actuales (patios, chacras, corrales, parrales, etc.), y los materiales con que se construía la ciudad eran menos áridos. Desalentar los jardines sería llevar adelante una política contradictoria con la tan pregonada y poco explicada sustentabilidad. No es ni socialmente equitativo, ni compatible con el ahorro energético. Una vez más, debemos recalcar en la visión sistémica y mirar las consecuencias de una intervención en la totalidad.  Hacer descender la temperatura ambiente en 8 o 10 ° C en un día normal de verano y llevarla de los 33 o 35 °C a 25°C es la diferencia que permite desarrollar las actividades en condiciones de confort; sin recurrir a equipos de aire acondicionado y para toda la población. Si el problema es el uso del agua potable (y ese sí es el problema), lo que debemos hacer es fomentar la reutilización de aguas grises. El agua que proviene de los lavabos, bañeras o piletas de cocinas, tiene una DBO de 20 mg/l y es perfectamente apta para el riego de jardines, arbolado público, etc. (mientras que la proveniente de inodoros tiene una DBO de 200 mg/l y debe ser tratada antes de su reutilización). En una obra nueva los requerimientos para la diferenciación de efluentes por calidad y su utilización en riego de jardines tiene costos insignificantes y permiten la disposición de alrededor de 400 l. de agua por día para una vivienda de 4 personas.

 

Un mundo de buenas intenciones

 

El hábitat humano es más que soluciones técnicas a problemas de producción y, entre medio, un lugar para que la gente viva. Pero el plan de obras de impermeabilización de canales que es la política de los últimos años del Departamento General de Irrigación en las zonas rurales, no considera el riego del arbolado público rural ni la reforestación de los ejemplares erradicados para la realización de las obras. Seguramente, esta falta de contemplación va a traer consecuencias en la imagen de nuestro campo y en la vida de sus habitantes.

 

 

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Pueden argumentarse razones técnicas y de aprovechamiento del recurso que exceden nuestros conocimientos. Pero estudios económicos realizados hace.      algunos años en esta misma institución   alentaban a invertir en los sistemas de riego dentro de las propiedades antes que en el traslado del agua. Entonces, ¿Por qué realizar obras que están alterando el entorno rural si no son las que cambiaran la capacidad de producción de la provincia? Pero si fueran necesarias debería contemplarse el espacio para los forestales y la variable del riego con soluciones simples, como por ejemplo hacer en forma paralela una pequeña acequia regadora. Como en todos los casos, nada de esto es absoluto y habrá situaciones en que se necesite este tipo de obras. La crítica apunta a la generalización sin consideración de la visión totalizadora. Hacemos hincapié en este tipo de situaciones generadas por la falta de comunicación y las soluciones ideadas desde una sola disciplina con el único objetivo de resolver un único problema sin consideración alguna al resto de las variables que convergen en ese mismo objeto. Es un problema de diseño. Cuando un elemento ha sido concebido teniendo en consideración todo lo que en él ocurre, se crea un patrón de diseño que se replica para dar solución a otras situaciones similares y eso es lo que termina dando identidad a una comunidad. Es lo que ocurre en los viejos caminos rurales donde conviven árboles, canales, caminos y habitantes, dando solución a la producción y a una vida con calidad. No está ocurriendo en las nuevas situaciones donde cada elemento se diseña sin consideración al conjunto

 

 

Algunas reflexiones sobre nuestros oasis con conclusiones no catastróficas   

 

Supongamos que decidimos hacer un largo canal que sacara los efluentes domiciliarios o industriales de cualquiera de nuestros oasis para llevarlos a un sitio alejado donde darles disposición final. Lo único que se lograría sería extender el oasis a alguna zona alejada del punto de generación, con elevados costos de infraestructura porque, indefectiblemente, donde hay agua (cualquiera sea su calidad), se instalará la población y le dará uso. Entonces, ahorremos un paso y dejemos todo dentro del oasis. La solución es cambiar de mentalidad y entenderlos no como un perjuicio, sino como un recurso. Tenemos agua, pero nos falta diferenciarla por calidades y usos a los que se puede destinar. No es nada nuevo, porque ya se hace en la provincia (en forma espontánea y descontrolada, o de manera científicamente estudiada y controlada como es el caso del ACRE).

 

  • Tenemos un modelo de ocupación del territorio, adaptado para mejorar las condiciones ambientales de nuestro clima desértico. Es un diseño propio, probado, corregido y mejorado por los sucesivos aportes de todas las culturas que lo han habitado. Desconocerlo o tratar de inventar algo que ya poseemos es manifestación de nuestra ignorancia.
  • La unidad de este modelo es el Oasis, donde conviven las distintas actividades (rural, urbano, industrial, etc.). (dicho esto sin desconocer que el 96.5% del resto del territorio alberga a un 3% de la población provincial).
  • Debemos cambiar los criterios con que nos hemos manejado hasta este momento. La ciudad debe dejar de ser solo consumidora, para generar algo de lo que utiliza (energía, agua, etc.).
  • Los cambios de uso de los terrenos agrícolas forman parte de la dinámica de los oasis. Lo que falta es elaborar, coordinar y mantener en el tiempo, políticas de obras públicas, industriales, agrícolas, etc., tendientes a sostener una política demográfica coherente con el territorio.

 

Hay que desterrar la idea de las soluciones inmediatas logradas a través de la implementación de una sola medida. Si las cosas fueran de esta manera, habríamos elaborado una ley de Ordenamiento Territorial distinta a la 8051 y la complejidad de su visión sistémica. Porque complejo no significa complicado. La complejidad indica interrelaciones y una red de consecuencias. El motivo de los organismos de coordinación, la red de información, la elaboración del Plan Estratégico de Desarrollo Provincial, el Plan Provincial de Ordenamiento Territorial, los Planes de Ordenamiento Municipales y todos los demás planes, es justamente garantizar la elaboración consensuada, participativa y coordinada de medidas que deben responder a un proyecto político provincial.

 

 

 

Arq. Roberto Dabul

Observatorio del desarrollo Urbano

Colegio de Arquitectos de Mendoza

 

 

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