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Colegio de Arquitectos de Mendoza (CAMZA)

Artículo de opinión: ¿Dónde está la imaginación creativa en la era de la IA?

Aquí el artículo de opinión completo del Arq. Sergio Manes, ¡leé la reflexión hasta el final!

Había una vez una hoja en blanco. Y un estudiante, solo frente a ella. Sin referentes. Sin imágenes. Solo un lápiz, el cuerpo, y el deseo de proyectar. Hoy, la hoja rara vez está en blanco. De hecho, rara vez está la hoja. Lo que abunda son mentes en blanco

Una historia que sí vale la pena contar

Imaginar no siempre fue tan difícil. O tan innecesario. Hubo un tiempo (no tan lejano) en que los arquitectos no tenían más remedio que imaginar. Porque no había mucho a qué aferrarse: las revistas llegaban con años de retraso, las fotografías eran escasas, los estilos aún no eran “estilos”. El que quería crear tenía que ver lo que no estaba ahí.

Y, a veces, viajar. Un puñado de arquitectos cruzó el océano en busca de una arquitectura moderna que aquí aún no existía. Cuando regresaron, no trajeron moldes: trajeron nuevas formas de mirar. Y con ellas, rompieron con el academicismo, desarmaron lo heredado, imaginaron lo posible. Lo moderno no llegó desde Europa: fue traducido, reconfigurado, reinventado de este lado del Atlántico. Y ese acto (traducir una idea sin copiarla) fue un gesto profundamente imaginativo. Esos arquitectos no trajeron imágenes: trajeron preguntas. Y esas preguntas encendieron generaciones.

Del deseo al atajo

Pero algo, como siempre, empezó a cambiar. No de golpe. No con escándalo. Cambió como cambian las cosas importantes: por acumulación.

Primero llegaron los libros. No todos. Algunos. Esas primeras publicaciones bien encuadernadas, con papel satinado y obras europeas fotografiadas como si fueran esculturas divinas. Circulaban poco; se los prestaba un amigo, un docente, un tío. Y eran joyas. Porque seguían sin mostrar todo.

Después llegaron las revistas. Las de verdad. Las importadas. Las que costaban caro. Llegaban con tres o seis meses de retraso, pero traían mundo. Mostraban concursos en Holanda, pabellones en Suiza, universidades en Japón. Y los estudiantes las devoraban con los ojos, sin entender del todo, pero sabiendo que eso también podía imaginarse aquí.

¿Está mal usar IA en la era de la IA?

Con los años, ya no hubo que esperar. Las revistas se volvieron nacionales. Los catálogos se multiplicaron. Las obras ya no eran una excepción, sino una colección. Y entonces, algo se invirtió: los estudiantes dejaron de dibujar para descubrir, y empezaron a buscar para decidir.

Después, claro, llegó Internet. Primero lenta, ruidosa, parcial. Había que tener paciencia. Saber encontrar. Pero la arquitectura ya estaba en todas partes. Y no como reflexión, sino como imagen.

Y después (¡ay!), llegó Pinterest. Y con Pinterest, el catálogo infinito: la arquitectura por tipología, por color, por estilo, por “mood”. La fachada perfecta, el render perfecto, el mismo baño escandinavo repetido setenta veces con plantas colgantes y cemento alisado. Pinterest no es una herramienta. Es una promesa de atajo. Y como todo atajo, tiene un precio: te lleva más rápido, pero no te enseña a llegar.

Y así, sin que nadie lo notara del todo, pasó algo crucial: dejamos de necesitar imaginar. Ya no hacía falta cerrar los ojos para ver una fachada, ni dibujarla mal diez veces antes de entenderla, ni proyectar desde una intuición ciega. Bastaba con buscar, hacer clic, recortar, combinar. La invención se volvió edición. El diseño, curaduría. La búsqueda, una lista de opciones. Y la imaginación, que antes era la chispa inicial, pasó a ser una consecuencia posible. No imprescindible. No es que desapareciera: es que dejó de doler no tenerla. Y cuando algo deja de doler, uno deja de prestarle atención.

Lo que se vacía se llena

Cuando uno deja un espacio vacío, alguien (o algo) lo ocupa. Y así llegó la inteligencia artificial. No para imponerse: llegó como todas las cosas que cambian el mundo, por invitación. Porque ese espacio que había dejado la imaginación —ese hueco que ya nadie se sentía obligado a llenar— fue tomado, naturalmente, por la IA. Que no tiene miedo. Que no se cansa. Que no necesita dibujar mal diez veces para acertar en la onceava. Que no se pregunta qué está haciendo: simplemente lo hace.

Hoy, muchos estudiantes no se detienen a imaginar. Porque la IA ya lo hace por ellos. Y no es culpa suya. Ni de la IA. Tal vez es el destino que la arquitectura tenía escrito desde el inicio de los tiempos, y que ahora simplemente acontece.

¿Está mal usar IA en la era de la IA?

Esa pregunta no tiene sentido. Sería como preguntarse si está mal usar teléfonos móviles en la era de las comunicaciones.

La inteligencia artificial está acá. Y está para quedarse. Lo que importa no es si la usás, sino para qué la usás. Porque hay dos formas de acercarse a ella: 1) Como prótesis: para evitar imaginar, o 2) Como ejercicio: para entrenar la imaginación.

La misma herramienta. Dos usos. Uno que atrofia. Otro que fortalece.

La IA puede darte cien opciones en cinco segundos. Pero no puede saber cuál de esas opciones te emociona. Ni cuál responde a un recuerdo tuyo, a un patio, a una escalera, a una historia. Eso, todavía, te pertenece. O, mejor dicho: eso todavía te exige pertenecerle.

Un punto de inflexión

Los que ya peinamos canas vimos desarrollarse todo ese proceso. Lentamente, sin hacer ruido. Cómo el dibujo se volvió presentación. Cómo el render reemplazó al croquis. Cómo la forma se volvió producto. Y cómo el deseo de imaginar se volvió un lujo. La IA no es el problema. Es el síntoma. De un proceso que comenzó mucho antes, y que, tal vez, todavía podamos revisar.

La pregunta que queda

Así que, volvamos a la pregunta del título: ¿Dónde está la imaginación creativa en la era de la inteligencia artificial?

Tal vez no importe la respuesta. Tal vez la mejor respuesta no sea inclusive una respuesta, sino otra pregunta: ¿Usás la inteligencia artificial para reemplazar tu imaginación creativa… o para ayudar a tu imaginación creativa a entrenarse…?

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